jueves, agosto 30, 2007

Mi nombre es Tony Soprano

Tony Soprano va al psiquiatra. Está atormentado porque no puede conciliar que su trabajo, que tiene que ver con el soborno, la estafa, el robo, amenazas, golpizas brutales y asesinatos selectivos, se compatibilice con la seguridad y crianza de su familia (esposa, dos hijos y una madre desquisiada y cruel). La línea que separa ambos mundos es de una fragilidad espantosa.

La codicia de su mujer, Carmela, que sale a la caza de todo lo comprable con sus tarjetas de crédito, tiene que ser cubierta con la solvencia de sus negocios que tienen que ver con la construcción, la basura y un puticlub (el selectivo Bada Bing), aparte de lo que pueda salir ocasionalmente. Carmela sufre, pero lo acalla todo pidiendo dinero.

El peso de heredar el negocio familiar que llevaban su tío Junior y su padre, le hace merecer a Tony el tormento de la madre más perversa que se ha visto en televisión. Al final de la primera temporada, entre el tío Junior y ella, mueven los hilos e intentan asesinarlo. No conciliar el perdón para su madre significa el peor de los dolores para Tony Soprano. Su familia nunca tuvo cariño. El tampoco sabe entregarlo. Aún así, tiene un sinnúmero de amantes en todas las temporadas de la serie, algunas más ocasionales que otras. Pero no son más que distracción pasajera: una de ella sufre un accidente doméstico y se quema gran parte del cuerpo mientras están en un motel. Tony irá a la clínica y le dejará dinero en la cama para no volver a verla jamás.

Las sesiones con la psiquiatra Jennifer Melfi progresan a comienzos de la segunda temporada. Tony se empota con ella. Es la única mujer que lo desafía intelectualmente, que lo calma, que le explica cosas, la única mujer que lo entiende o intenta entenderlo. Tony quiere llegar más allá. Ella no cruza la línea pero fantasea. A comienzos de la tercera temporada la doctora Melfi es violada en un estacionamiento y se debate entre pedirle a Tony que pueda vengarla y mantener su relación con el mafioso en estrictos términos profesionales. No lo hace. Al final de la última teporada, convencida de que los sociópatas se vuelven peor con terapias, le pide drásticamente a Tony que no vuelva más.

Tony tiene un sobrino, pariente directo de su mujer. Christopher Moltisanti es irrestrictamente fiel a sus órdenes, no tiene escrúpulos, cumple órdenes y no desafía pero está permanentemente de un hilo por su adicción a la cocaína y al alcohol. En el fondo quiere ser director y escritor para cine. Tiene una novia: Adriana. La ama, pero su relación con ella transita entre lo perverso y lo amoroso. Ella, acosada por el FBI, protege el nombre de su novio y el de Tony Soprano, hasta que le confiesa a Christopher que están tras ella. La fidelidad de Christopher es de tal magnitud que entrega a su mujer al clan de Tony y Silvio, otro de los cabecillas, la asesina en un bosque. Tiempo después logra dirigir su primera película financiado por un tipo que hace porno. Cleaver, mezcla de zombies y gangsters inspira su personaje principal en Tony Soprano. Tony no se lo perdonará. Cuando ambos sufren un accidente automovilístico, ahoga a su sobrino, a quien en un minuto pensó como su heredero, y lo mata.

Tony tiene dos hijos: Meadow, la mayor, y Anthony Junior, A.J. Ella se pasa la vida apartándose del modelo de mujer inexistente que ha vivido su padre y se proyecta profesionalmente. En un momento estudiará medicina pero luego de romper con su novio dentista, opta por la abogacía. "Quiero estar allí. He visto cómo te han acosado estos años", le dice a su padre inocentemente en la última temporada.

A.J. es un perdedor. Mal alumno, desorientado e influenciable, está todo el tiempo arrancando del rigor de sus padres, los cuales aplican los métodos más idiotas e inútiles. Tendrá una novia portorriqueña mayor que él, con un hijo. Se enamora. La chica lo despacha después de un tiempo. A.J. se deprime. Intenta matarse. Termina como su padre, atendido por una psiquiatra.

Silvio es el soldado más hábil de Tony. Estiloso, callado, mesurado. Realiza una imitación perfecta de Michael Corleone. Cuando debe ser violento no se mide. Su mujer y su familia transcurren toda la serie en segundo plano. En el penúltimo capítulo de la serie es gravemente herido por la gente de Phil Leotardo.

Phil Leotardo es el heredero de Johnny Sack, mafioso que muere de cáncer en la cana. Violento y con sed de venganza, el imperio de Phil crece desmedidamente, al mismo tiempo que el mundo de Tony se llena de deudas. Un día decide matar a Tony y a todo su clan. Alcanza a eliminar Bobby "Bacala", el marido de la hermana de Tony. Soprano recibe un par de datos de la gente del FBI. En el giro argumental más impresionante de todos, cuando Soprano está listo para ser eliminado, uno de sus más pelientos asistentes asesina a Leotardo en una gasolinera. La escena gloriosa del descabezamiento de la banda rival se hace explícito: en el suelo ya baleado, el cráneo de Phil Leotardo es aplastado por la rueda de su propia 4x4.

Paulie es viejo, de la época de gloria de la banda del papá de Tony Soprano. Es en esencia un imbécil. Soltero, cabrón, violento y sentimental, Paulie es descarriado, un ser que vive para cuidar a su madre y que se siente muchas veces desplazado por los demás soldados. Pero ahí está, hasta el último minuto: sobreviviente y obediente.

Luego de todas las temporadas, y luego de haber eliminado a su peor enemigo Tony Soprano se junta con su familia en un café. Están su esposa Carmela y su hijo A.J. Su hija Meadow viene retrasada e incluso le toma trabajo estacionar. De pronto, un par de planos de un tipo que sale desde el mesón del bar sugieren la misma escena de Michael Corleone antes de ir al baño a buscar el revólver en El Padrino. En la caja de música Tony elige el tema de Journey Don't stop believin'.

Meadow baja del auto y entra al café. Tony levanta la mirada. La pantalla se va a negro y en absoluto silencio.

Los Sopranos llega a su fin.

miércoles, agosto 08, 2007

Matador

Estadio Santa Laura, tarde de domingo. Corre el segundo tiempo mientras se agota el día y comienza a correr ese viento frío de mierda típico de ese lindo estadio podrido. Eric Lecaros le encaja el segundo a Superman Vargas. La "U" va perdiendo con Antofagasta, como es lo usual en esos días. A diferencia de los que se dicen amigos de la estadística no recuerdo la fecha, si era invierno o verano, si es el 92 o el 93. Sólo sé que a 5 del final del pleito ingresa Marcelo Salas, un muchacho de los nuevos, para reemplazar a la promesa que nunca después fue, Marcelo Jara.

Salas desborda por la izquierda y se saca un defensa en su primer contacto con la pelota. Envía el centro a media altura. Nadie lo conecta. Un minuto después, se mete frontal al área grande y lo derriban. No se cobra nada. El penal era evidente. Salas se revuelca en el piso. Fabián Guevara, que usaba la 5 en ese entonces, se acerca y lo putea.

Semanas o meses después, Salas aparece en todos los resúmenes del fútbol, que en ese entonces pasaban por todos los canales abiertos. El 11 de la "U" es la revelación de la temporada, en un momento en que el equipo azul despertaba luego de 25 años de frustraciones.

El nivel del fútbol entonces, con Católica teniendo a Gorosito, Acosta, Rozental y otros, con el Cobreloa que era terror en el norte, y con los indios siempre meando asados, traspasaba el interés del fanático común. Marcelo Salas y Sebastián Rozental acuden a una convención de periodismo deportivo a mi escuela en esos días. Al final yo le regalé a Salas un ejemplar de nuestro pasquín clandestino, el Candor Mefítico, el que incluía en esa edición un artículo sobre la selección sub-17 y sobre ser lascivos con chicas sub-17. El artículo se titulaba "Tetita de Estoperol".

En el momento de entregárselo le digo a Salas: "Marcelo, esto te dará suerte el domingo".

El inolvidable clásico universitario de ese fin de semana se coronó con un golazo de Salas: luego de recibir una pelota mal cabeceada en el centro del área grande, amortiguó el balón con el pecho y le cambió el palo a Toledo. La "U" vencía a Católica por 1 a 0 y se limpiaba el camino cuando los campeonatos duraban el año entero.

El resto, como se dice, es historia.

Después, a Salas se le ve sólo por la tele. En Argentina, el primer campeonato con RiverPlate fue ampliamente cubierto. Salas figura. Estamos en el cumpleaños de una amiga y nos vimos forzados a prender una tele. Todos deslumbrados con Marcelo que se echa al bolsillo al país más futbolizado del continente. Un colocolino que yo no conocía, a mis espaldas, dice: "Y qué tiene... si ya no es de la 'U'..." Me doy vuelta, lo enfrento y le digo: "Marcelo es azul hasta los cocos... además los indios fueron tan huevones que lo dejaron ir cuando se fue a probar de pendejo. De no haber sido así estarías llorando de emoción... pero no lo entiendes... no lo puedes entender"

Luego la dupleta en Wembley. Luego la Lazio. El Mundial. La Juve. La vida llena de copas.

Y luego la cuesta abajo.

Su salida de la selección por descarte. Su retiro. Sus lesiones. Habladurías. Su separación. Sus hijas.

Y su vuelta a la "U", sin escándalos, pero lejos de su nivel más notable. Los futbolistas de otros equipos lo saben. Y lo buscan. Lo golpean mucho. Lo lesionan. Matador se levanta. Se recupera. Es silencioso, no habla, carece de simpatía, no deslumbra en declaraciones. No golpea árbitros cuando le cobran mal. No se queja. No va a los estelares. No habla de algo que no sea el fútbol.

Poco a poco se va reconstruyendo. Inalterable en su autoridad como histórico, Marcelo, este frío 2007, comienza a sonreír en la cancha. En uno de estos partidos agarra una volea de primera y falla el que podía ser el gol del año. Faltaba un cacho. Pero en la goleada frente a U de Conce se manda un lujo, y se empina como el líder que siempre ha sido, ahora acompañado de una generación joven hambrienta de oportunidades.

Por entonces también circula una encuesta que afirma que los colocolinos han aumentado en proporción de un 46 a un 55 por ciento de la población. Sigo pensando que la hinchada de "U" es la mejor.

Bielsa lo va a ver y lo nomina. A mí me vuelven las ganas de ir al estadio a decirle simplemente "Gracias Marcelo".

Sé que probablemente no jugará en Sudáfrica. Vienen otros. Pero él estará en el proceso. Porque todas estas batallas que vienen necesitan un héroe.